9.10.2016

El genocidio selk'nam


El genocidio selk'nam a través de los testimonios de la época




Antes de la llegada de los colonizadores, la población selk’nam que habitaba la Tierra del Fuego podía estimarse en alrededor de tres o cuatro mil personas. A partir de 1886, con la instalación de los terratenientes ganaderos (Menéndez, Braun, Stubenrauch y otros), este pueblo ancestral comienza a ser hostigado sin piedad hasta el extremo de que solamente sobreviven unas decenas de mujeres, hombres y niños. El sacerdote Alberto María De Agostini, uno de los mayores conocedores de la isla y que habló con los últimos supervivientes, escribió: “El principal agente de la rápida extinción de los Onas fue la persecución despiadada y sin tregua que les hicieron los estancieros por medio de peones ovejeros, los cuales estimulados y pagados por los patronos, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los envenenaban con estricnina, a punto de casi exterminarlos, hasta quedar como únicos dueños de los campos primeramente ocupados por los aborígenes. Se llegó a pagar una libra esterlina por par de oreja de indios. Al aparecer con vida algunos desorejados, se cambió la oferta: una libra por par de testículos". Un testimonio contemporáneo de la época, silenciado por la historia oficial y suficientemente revelador de cómo en aquellos años muchos ya levantaron la voz contra el genocidio. En la bella fotografía, tres mujeres selk'nam; Ángela Loij en el centro (17 de octubre de 2015).

En 1897 llegarán a Tierra del Fuego un grupo de expedicionarios belgas dirigidos por Adrien de Gerlache, cuyo cometido era reconocer y explorar las regiones polares. Sin embargo, antes de partir hacia la Antártida, el tiempo pasado en tierra les permitió conocer de primera mano la persecución de la que eran objeto los selk’nam. De Gerlache señaló: “la caza indiscriminada de los guanacos es un complemento, menos odioso que la caza del hombre pero no menos efectivo, de la obra de exterminio de los indios”. Entre los tripulantes de la “Belgica”, se encontraba el noruego Roald Amundsen, que en 1911 se convertiría en el primer hombre en alcanzar el polo sur, y el médico norteamericano Frederick Albert Cook, autor de esta fotografía (2 de marzo de 2015).


El explorador sueco Nils Otto Gustav Nordenskjöld visitó la Tierra del Fuego en 1895. Mientras preparaba la expedición al Polo Sur, tuvo ocasión de recorrer la isla y constatar el alarmante descenso de la población selk’nam. Al respecto escribió “este insignificante resto de la raza se extinguirá pronto si no se hace nada para impedirlo. Los onas se ven perseguidos en todas partes por los colonizadores”. El explorador sueco sabía perfectamente de lo que hablaba, puesto que él mismo pudo examinar tres esqueletos de selk’nam que habían sido asesinados por empleados de la estancia Springhill, propiedad de Sara Braun y de los ingleses Wood & Waldron, con un tiro en la cabeza realizado a muy corta distancia. Se trata de un testimonio estremecedor que demuestra la falta de escrúpulos del puñado de terratenientes que se quedaron con sus tierras y para los que los habitantes originarios no eran otra cosa que una plaga a exterminar. En la fotografía, Khaushél con sus hijos (16 de abril de 2015).


A finales del siglo XIX en la Tierra del Fuego, en el extremo más austral de América, muchos empleados de las estancias se convirtieron en verdaderos especialistas en la “caza de indios”, rivalizando entre sí en tan macabra actividad. Las evidencias que apuntan hacia un genocidio del pueblo selk'nam, planificado por los terratenientes dueños de las haciendas lanares y ejecutado por sus empleados, son aplastantes; cartas, informes, documentos y relatos de los que ordenaron, participaron o fueron testigos de estas brutales acciones. Como por ejemplo, la carta que en 1898 el escocés James C. Robbins, empleado de la estancia Primera Argentina, propiedad de José Menéndez, dirigió a un amigo suyo: “tenemos quince soldados aquí cuyo deber es cazar indios. Ocho de nosotros salimos de aquí una noche y viajamos al sur, pasado Punta María, con un indio que nos guía, llegamos al punto más cercano al campamento indio, dejamos los caballos y caminamos una hora y veinte minutos a través del monte y pillamos alrededor de setenta. Voy a correr el velo sobre los siguientes cinco minutos y dejarlo que suponga el resto”. Los selk'nam solamente podían defenderse con sus arcos y flechas, inútiles frente a las mortíferas balas, lo que explica que hubiera tan pocos supervivientes. En la imagen, la célebre fotografía de Alberto María de Agostini (30 de junio de 2015).


Una libra esterlina por cada oreja de selk'nam. Ese era el precio que los grandes terratenientes ganaderos de Tierra del Fuego pagaban a sus empleados para que acabaran con los habitantes originarios de la isla. Este bárbaro proceder está suficientemente documentado en multitud de testimonios de viajeros de finales del siglo XIX. Así lo asegura el geógrafo francés Paul Walle, “no hay ninguna exageración en esto porque hemos visto el regreso de estas partidas de caza”, y lo confirma Lucas Bridges que conoció a algunos de los más famosos cazadores de indios a los que, sin embargo, protege en su libro ocultando sus nombres. Según el testimonio de Federico Echeuline, hijo de madre selk’nam, "las mujeres tenían un precio mayor, libra y media por cada seno cortado", asegurándose de este modo los hacendados la eliminación de la generación selk’nam todavía por nacer. James Radbourne, que trabajó en la estancia Springhill como ovejero, nos dejó estremecedores relatos de las cacerías humanas lideradas por un hombre cruel llamado Mac Donald que “no gastaba balas en los viejos ni en las mujeres que eran dejados atrás sin defensa por los otros indios, pero saltaba de su caballo y acuchillaba a todos los que podía atrapar, viejos o jóvenes, hombres o mujeres”. Aunque el récord lo ostentaba el administrador de la estancia de José Menéndez, otro escocés, el temible Alexander Mac Lennan, apodado “chancho colorado”. No olvidemos que la despiadada persecución perseguía un único fin: arrebatarles a los selk’nam sus tierras para que un puñado de privilegiados se hicieran ricos con la explotación de las ovejas. En la fotografía, tomada por Martin Gusinde en 1923, vemos a una de las pocas familias selk'nam que sobrevivió a las cacerías (18 de diciembre de 2015).


En 1868 el antropólogo alemán Georg Gerland publicó "Über das Aussterben der Naturvölker" (Sobre la extinción de los pueblos primitivos) donde escribía que "no existe ninguna ley natural por la cual los pueblos indígenas deban desaparecer. Si los derechos de los nativos fuesen respetados, seguirían viviendo". Gerland también desechaba la teoría que aseguraba que desaparecían por su intrínseca debilidad y concluía que "se los mata, se los destierra, se los proletiza y se destruye su estructura social" aplicando la violencia de los fuertes sobre los débiles con un único objetivo: "quedarse con su tierra". Eso fue lo que sucedió, medio siglo después, en la isla grande de Tierra del Fuego. Allí, los ganaderos terratenientes llevaron a cabo una brutal persecución contra los selk'nam, que a punto estuvo de provocar la casi total aniquilación de este pueblo legendario (9 de enero de 2015).




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